IRRELEVANTES

Cuando era joven decía que antes de morir llevaría todas mis pertenencias a una chatarrería y en una de esas enormes prensas donde aplastan los coches, todo quedaría reducido al espacio de un cubo. Un cubo del tamaño de una lavadora. Un cubo donde los recuerdos se puedan enfrentar los unos a los otros sin posibilidad de salir. Como en un enorme cubo de Rubik trucado. Allí encerrados entre madera, metal, papel y cristal. No quería dejar a la familia la difícil obligación de deshacerse de los trastos de un viejo. Trastos de un viejo. El viejo soy yo. El cubo lo tuve que dejar en la chatarrería. Nunca pensé que mi vida pesaría 532kg. Me hice una foto con él. La he impreso y la he enmarcado. He comprado el marco en la tienda de los chinos de la esquina. Un euro. Todo a un euro. Todo tipo de mierda por un euro. Debajo del marco he escrito: ‘Mi vida en un cubo’. No se. Supongo que me hace sentirme un artista. Si lo hubiera hecho un joven de Brooklyn estaría en el puto Moma. Y la gente se quedaría horas delante del cubo alabando la intensidad de las emociones internas que recorren nuestro pensamiento a lo largo de nuestra vida. Emociones que evolucionan con el paso de los años como evolucionan nuestras pertenencias. Si estuviera en el Moma también se llamaría ‘Mi vida en un cubo’, pero en inglés. Sería una de las piezas claves de la colección permanente y el joven imbécil de Brooklyn comenzaría a repartir cubos por todos los museos contemporáneos de mierda del mundo. ‘La ola’. Un trozo de madera doblado de 4 metros de largo. ‘El invierno en Wisconsin’. Un kilo de harina en un tarro de mermelada con una figura en miniatura dentro poniendo una bandera americana en la cima de la harina. ‘Burdel en vida’. Unas medias colgadas de una ventana rota con restos de sangre en la pared y una cajetilla de cigarrillos en el suelo con el carmín de unos labios en ella. Mierda contemporánea. Mierda sustentada por ciudadanos amantes de imágenes que de un modo u otro les haga pensar que la vida es fascinante cuando miras una obra de arte en un museo. Si miras un Monet la vida es la hostia. Si miras un cubo de mierda, la vida es un cubo de mierda. Sin más. El plan salió mal porque el cubo pesaba 532kg. Yo imaginaba algo del tamaño de un microondas. Algo que hubiera llevado a casa en el asiento de al lado del autobús. Algo que me hubiera ayudado el vecino a llevarlo hasta el salón. Algo que hubiera puesto en una esquina, junto a la lámpara y el sofá. Nada más. Un salón listo para alquilar o vender con el resto de una casa limpia en modo aséptico. Limpia para que la agencia de venta de pisos que habrían contratado mis sobrinos pudieran venderla en un fin de semana. De este modo el agente se hubiera llevado un 6% de comisión en apenas 48 horas, de la casa de un viejo con un cubo en una esquina. Una agente inmobiliaria morena, de unos 50 años. Maquillada con tantas capas como la puerta de un coche de autoescuela. Con muchas pulseras doradas de las que hacen ruido cuando mueve la mano contando billetes. Manos ágiles de contar dinero fácil de vender casas de viejos como la mía. Billetes que pagan sus implantes de silicona, su viaje de fin de año a Nueva York y su coche descapotable de prostituta de lujo venida a menos. El 94% restante se lo repartirían mis sobrinos y vivirían por un tiempo un poco mejor gracias a la casa de su tío. Alguno de ellos se quedaría la foto del cubo. Y reirá siempre que la mire. Verá a un viejo con un cubo enorme en una chatarrería de barrio, sonriendo como un imbécil como quien se hace un selfie con un famoso. Joder, es un puto cubo. Pensaría. Decidir que tu vida se termina no es fácil. Si, decidir. Cuando eres viejo no te mueres por casualidad. Te mueres de viejo y eso uno lo decide. Y lo decide el día menos pensado. Por eso tuve que alquilar una agencia de mudanzas. Quería todo metido en un camión. Dejadme la cama, el sofá, la lámpara y esos libros, les dije. Los niñatos imbéciles de la agencia de mudanzas me decían que si me iba a una residencia a ligar con jovencitas. Capullos. No saben lo que se les vendrá encima cuando dejen de tener dinero para pagarse sus fines de semana de mierda de alcohol y drogas. Fines de semana subidos en putos Seat León color amarillo con los cristales tintados para tirarse a chonis de barrio con aliento a tabaco. O cuando vean que su ex mujeres se llevan todo el dinero que ganan subiendo y bajando muebles de casas de tipos como yo. Dinero para pagar los colegios caros de unos hijos a los que no ven y a los que no quieren. Niños imbéciles de generaciones estancadas. Entonces, el día que lleguen a una residencia, si es que llegan, alguno de ellos se acordará del viejo ese que se acabó haciendo una foto en una chatarrería con un cubo de mierda. En ese momento echará de menos no tener un cubo como el mío, no tener una casa limpia como la mía y no tener una foto como la mía. Echará de menos hasta a su ex mujer. No paro de pensar como será el último día que me levante en esta casa. Quiero hacer algo grande. Algo que se cuente en las cenas de empresa de navidad. Que el tipo de la ambulancia no recoja a un viejo en un sofá con el mando a distancia en la mano y un programa de prensa rosa en la tele. Creo que me pondré en el regazo un libro de James Joyce o de Dostojewski. Algo muy denso, muy de tipos con gafas. Muy de listos. Escribiré notas en sus páginas como que hubiera prestado atención al leerlo. En la tele pondré un DVD porno. De serie B. De esos grabados en los 80 con muy baja calidad y muy alta promiscuidad. Me pondré auriculares inalámbricos con el volumen al máximo con los gemidos de la actriz que llegó a Los Ángeles para pisar la alfombra roja y acabó chupándola como los ángeles a dos calles de la alfombra roja. En el bolsillo de la camisa dejaré una nota asomando que diga: ‘Para el tío de la ambulancia.’ Pondré un sobre con 500€ y una nota que diga: Espero que te hayas reído con lo del porno. Yo me reí mucho preparándolo. El libro es una mierda, prefiero a Dan Fante. Coge estos 500 euros y lleva a tu novia a cenar y a bailar. Le dices que os ha invitado un viejo que se ha muerto viendo porno. Cómprale algo bonito y dile que la quieres todos los días de tu vida. Yo lo hice con la mía y es lo mejor que he hecho en mi vida. Eso, y la escenita de mi muerte. Creo que me pondré una camiseta de los Ramones, unos pitillos de cuero y unas botas de piel de serpiente. Algo muy loco, que nadie entienda nada, pero que logre que hasta el juez de guardia se descojone conmigo. Nos reiremos todos tanto, que resucitaré para llorar de risa con ellos. Al lado del frigorífico he dejado una foto de mi padre sin marco. Lleva una chaqueta marrón, sonríe y tiene detrás un Ferrari rojo. El Ferrari no era suyo, la chaqueta si. Las manos en los bolsillos buscaban algo de dinero que rascar para gastarlo. O quizá buscaba con ironía las llaves del Ferrari. No lo se. Creo que nunca se lo pregunté a mi madre. Creo que doblaré esa foto y la guardaré en el bolsillo del pantalón. Algo que pueda ver cuando añore, antes de dejar de añorar todo. El mundo digital ha matado los recuerdos de nuestra vida con el puto formato jpeg. No puedo añorar una mierda de una tarjeta micro SD por mucha velocidad de transferencia que tenga… Dicen que la relevancia de una persona se cuenta por el número de palabras que le dedican los periódicos cuando se muere. Si mi cubo hubiera sido más pequeño, mi relevancia hubiera sido más grande y hubiera dejado de ser irrelevante. ‘El viejo del cubo’. Cuatro palabras para el titular, la foto del marco que les habría dejado mi sobrino y una pequeña historia que contar en las páginas de sociedad. Lo escribirá un becario imberbe. Será su primer artículo y se acordará del viejo y del cubo hasta el día que se muera. Quien sabe si el mismo intentará hacer un cubo mayor que el mío y ganarme en relevancia póstuma. Será un cabrón si me quita ese honor, pero dejará de ser irrelevante, como yo ahora.

Por Deportes ilustrados

5 comentarios en “IRRELEVANTES”

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