Felicidades imbécil

Foto: Sebas Romero

Esperé demasiado de mi mismo y me cansé de esperar. Con más de 40 años. Y eso jode por partida doble. Porque los cuarenta no son los nuevos 30, sino los nuevos 50. O has hecho algo que merezca la pena hasta entonces, o deambularás entre el salario mínimo y la cola del paro hasta que te sientes a dar de comer a las palomas. Garantizado.

Veo tipos como yo cada día. Idiotas que cambian el tamaño de sus Iphone pensando que eso les cambiará la vida. Palabra de Tim Cook. Tipos que esconden su vacío interior en una imagen externa que se ve llena de vida, aunque lleve tiempo mohosa y podrida por dentro. Tipos sin vocación que revisan las ofertas laborales a diario con una minuciosidad que roza la manía. Capaces de diferenciar los logos de las empresas, los requisitos de idiomas y la experiencia solicitada para el puesto. Contables, camareros, cuidadores sociales y mis favoritos, los consultores de los cojones que dedican su vida a consultar. ¿Que consultan? Nadie lo sabe, pero viven de ello. Quizá puedan ayudarme y les consulte mi futuro, o quizá mi  presente o quizá mi pasado, ese del que apenas me acuerdo ni logro echar de menos.

No puedo echar de menos algo de lo que no me acuerdo supongo. Y eso no es agradable joder. Los buenos momentos, olvidados. Los malos, olvidados. Apenas me quedan unos cuantos recuerdos frescos en la memoria. A veces los rescato para tener perspectiva del paso de los años. Para tener conciencia de que tenemos más tiempo del que creemos, pero que cuando nos damos cuenta de ello, ya hemos tirado unas decenas de años entre niñez, adolescencia con acné y madurez con un ego sobrevalorado y una carencia total de identidad. Y después, cuando pasas todo eso y tienes más o menos claro que es lo que quieres hacer con tu vida, resulta que no tienes el suficiente amor propio para dejarte las pelotas trabajando, o para perderle el respeto a todo esto.

Cuando mi padre tenía mi edad ya había fundado y cerrado 10 empresas. Había ganado y perdido todo el dinero necesario y había hecho tantos amigos como enemigos para poder llevar algo de dinero en el bolsillo. Había conducido coches viejos, se había comprado un BMW y había usado la vida hasta desgastarla como las suelas de los zapatos. A veces el esfuerzo de un hombre se aprecia en como de gastadas están esas suelas. Y no me vale lo de eran otros tiempos. Los tiempos son los que son. Solo hacen falta cojones, que esos son atemporales.

El domingo pasado cumplí 42 años. Si el éxito de un hombre se mide por su cuenta corriente, soy un fracasado. Si se mide por el número de followers, soy un spam. Hoy en día es casi más rentable llevar el bolsillo vacío, pero las cuentas de Instagram y Twitter llenas. Eso da mucho más caché. Así, sin dinero, oficio, ni beneficio, te podrás convertir en un influencer de mierda para seguir viviendo sin vocación, pero con la admiración del desconocido. Que esa siempre alimenta ese ego que perdimos y que quizá nunca recuperemos. O quizá si, quizá el año que viene, cuando cumpla 43. Felicidades imbécil.

 

Foto: Sebas Romero

 

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