Matías*

*Leer con acento argentino.

A Matías le tocó la lotería. Fue en domingo normal. Un domingo de esos en los que te toca la lotería y te tomas el mismo café con la misma tostada de siempre. De esos de los que tampoco dejas propina y de esos de los que lees el diario deportivo de atrás hacia adelante para dejar el fútbol para el final. A Matías no le gustaba mucho el fútbol, pero trataba de memorizar los titulares para después soltarlos de seguido en las partidas de dominó y crear un desequilibrio en la partida. —‘Los pitos del público a Bale desesperan al galés’. ‘Lo de Benzema es de Balón de Oro’. ‘Hay que fichar en enero qué es lo que espera el aficionado’—. A veces soltaba uno, otras veces hasta cinco seguidos, con el mismo tono y la misma intensidad. A veces hasta le contestaban y empezaba una conversación de fútbol de las de verdad, de esas en las que Matías permanecía callado sin levantar la mirada de las fichas. 

Con parte del dinero de la lotería, Matías se compró un camioncito de esos que empujan los aviones en los aeropuertos. Lo primero que hizo con él, fue empujar su casa hasta las calles principales del pueblo. Se había cansado de vivir a las afueras y perderse un día tras otro todo lo que acontecía en la plaza del pueblo. No le costó demasiado mover la casa. Simplemente se subió al camioncito metió la primera y única marcha que tenía y empujó hasta que llegó al lugar que más le gustó. Nadie le dijo nada. Sabían que Matías era un hombre íntegro de principios y si se había comprado un camioncito de empujar aviones y había empujado su casa hasta el centro del pueblo, por algo sería.

Dos días más tarde, el párroco le pidió a Matías si podía acercar la iglesia. —Que si Matías, que peregrinar hasta el cerro en Semana Santa es muy cristiano y todo lo que tu quieras, pero los feligreses me están fallando como los delanteros africanos de segunda división—. Al cura le gustaba el fútbol más que dar misa. —‘La segunda división no encuentra líder un domingo más’—replicó Matías. Al día siguiente, Matías y su camioncito empujaron la iglesia, a la misma plaza del pueblo. Como no había demasiado sitio, tuvo que empujar el ayuntamiento un poco hacia las afueras. El gordo del alcalde lo agradecerá, dijeron. El domingo siguiente y con la iglesia a rebosar con localidades de pie, de banco y encima del órgano, el cura alzó hostias y repartió vino entre todos los habitantes del pueblo. —De Champions League Matías, de Champions League… —Le dijo el cura abrazándolo a la puerta de la iglesia mientras se despedía de todos uno por uno.

Viendo el éxito que había significado colocar la iglesia al alcance de todos, Matías decidió poner a disponibilidad de todos los habitantes del pueblo su camioncito de empujar aviones. Algo que no solo cambió el aspecto del mismo, sino las relaciones entre sus vecinos. Los que no se hablaban separaron sus casas casi kilómetros. Los que se querían, juntaron puerta con puerta y los negocios que antes malvivían a las afueras, ahora gozaban de una clientela fija y diaria. Eso sí, la reestructuración afectó sobremanera a un ayuntamiento que se alejó tanto, que casi llegaba al pueblo de al lado. El gordo del alcalde lo agradecerá, siguieron diciendo.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s