En el embarque del 2711 de Iberia las ratas somos pocas. Minoría en una fila apartada del glamour de las tarjetas de fidelización que te separan de la chusma, es decir, de nosotros, antes de entrar en el avión. Dentro del mismo, una cortina gris levanta un muro de puntos Iberia acompañada de un cartel de «perros peligrosos». En el embarque del 2711 de Iberia, la prioridad se ha transformado en normalidad. Es decir, los no nobles somos escasos lo que nos da ese toque de exclusividad que entes tenían los que ahora visten de traje. Trajes hay muchos. En la mayoría baratos, con americanas rectas y zapatos de oferta. Eso los que no llevan zapatos marrones y se auto impulsan a la tercera división de la clase empresarial. Ellos solitos dicen a su entorno que nunca pasaran de junior manager. Capullos.
Muchos hablan por teléfono en voz muy alta hasta justo antes de iniciar el despegue. Muchos hablan de compras, de ventas, de clientes y de malas gestiones. Seguramente el 50% no venda nada nunca, pero hablar muy alto es tan mal educado como soberbio cuando el precio de tu traje no justifica tu tarjeta de puntos. Muchos no necesitan coger el puente aéreo pero lo hacen para intentar argumentar su inexistencia empresarial. Eso o que no conocen Skype. Muchos necesitan sellar negocios inexistentes en restaurantes donde sirven espuma de foie. Apretar manos que no se lavan tras ir al baño. Sucias. Como sus putos negocios.
En el embarque del 2711 de Iberia las mujeres ejecutivas son pocas y exponencialmente peor vestidas que los hombres. Pulseras de Zara, zapatos de tacón de cóctel de boda, gomas de pelo de Carrefour (en paquetes de 24), maletines de fieltro de Massimo Dutti, fundas de móvil de Swarovski y relojes de Guess. Son mas discretas que los hombres y mas educadas. Excepto la que esta a mi lado leyendo el periódico de economía 5 días. Refunfuñó porque un niñato con pantalones negros ajustados se sentó a su lado en la fila de emergencia. Pensará que me ha tocado este asiento, pero no sabrá que mi tarjeta Iberia Plus de los cojones a lo mejor tiene mas puntos que la suya. Pero no embarqué con ellos porque su fila era mas larga. Apoyará los codos en mi reposabrazos hasta llegar a Madrid y querrá salir mas rápido que los demás.
Desde la lejanía, la cortina gris entreabierta deja ver el flujo de bebidas y de sándwiches de jamón y queso que se reparten en First Class, Si, porque de la fila de embarque de ‘pasajeros frecuentes’ apenas algunos tenían el suficiente caché como para sentarse cerca del comandante. Con un asiento libre a cada lado para que los codos de su propio ego no molesten al de al lado. Que maravilla Iberia que piensan en todo. En el lado de los perros, el carro de las bebidas va y vuelve lleno y sin ventas porque los empresarios low cost no tienen tarjetas de empresa que paguen bocadillos miserables para llenar el estomago. Y por eso el empresario duerme. Se desabrocha la corbata y duerme. Sueña con ventas, con calculadoras, con facturas proforma y palmaditas en la espalda del jefe. Sueña con trajes hechos a medida, con zapatos italianos, con un Rolex de verdad. El que su hijo le trajo de Nueva York, se empaña y se retrasa 5 minutos al día, Y como se retrasa, piensa que sus días duran 5 minutos mas. 5 minutos mas de felicidad durmiendo y soñando lo que la vida de trajes azules y zapatos marrones les ha condenado. Al menos su tarjeta de puntos les deja embarcar antes que los perros. Evitar ser mordido en un avión ya es todo un logro.
Menos mal que hay una cortina que los separa. Una cortina gris.